martes, 31 de marzo de 2020


LO QUE MÁS LE PONE, ES QUE TE PONGAS



En la soledad de su habitación, se pregunta, una noche más, cómo será eso del sexo. A punto de cumplir sus 20 años, siente la presión social susurrarle al oído: "ya deberías haber perdido la virginidad, mojigata". Sobre el otro hombro, el miedo por el qué dirán clama a voces: "tú no quieres ser como esa chica del barrio a la que llaman puta".
La curiosidad se aferra a ella como una garrapata sedienta de sangre, minuciosa, ávida, insaciable. Con el temor de quien cree estar cometiendo una infracción, teclea en Google: lo que más les pone a ellos.
Ante su mirada atenta, se despliegan ante ella infinidad de enlaces que rezan: “sexualidad, lo que los hombres quieren en el dormitorio”, “cosas que los hombres no se atreven a pedir en la cama”, “fantasías sexuales para complacer a los hombres”. Ninguna de las entradas parece aportar nada diferente a lo que ya había leído con anterioridad, hasta que encuentra una que capta su atención: “lo que más le pone, es que te pongas”. Con nuevas incógnitas en mente, hace click.

"Sea cual sea tu orientación sexual, la responsabilidad de tu placer es algo que te pertenece, no debes dejar que recaiga sobre otra persona. Por eso, antes de preguntarte qué le gusta a él o a ella, debes preguntarte: ¿qué te gusta a ti? Conocer tu cuerpo es esencial para alcanzar la plenitud. Tus genitales no son una parte oscura de tu cuerpo, ni tampoco prohibida: explórate. 
De esta forma, se evitará caer en errores y falacias, como la importancia del tamaño en ellos y de la dificultad par alcanzar el orgasmo en ellas. El sexo no comienza en el cuerpo, el sexo comienza en la mente, de tal forma que, cualquier miedo, inseguridad o prejuicio, interferirá de manera negativa en la relación. Puesto que cada persona es un mundo, y que cada uno de nosotros tiene gustos diferentes, tan solo uno mismo puede responder a las preguntas clave: dónde, cuándo, cómo y con quién. Una vez obtengas esas respuestas, sabrás que, lo que más le va a poner, es que te pongas. Déjate llevar…"

Decidida a seguir los consejos aprendidos, deja a un lado el ordenador y se planta delante del espejo del armario. “No hay nada malo en esto” se repite a sí misma, “solo voy a conocerme”, calma el nerviosismo inconsciente.
Se baja el pantalón del pijama a la par de la ropa interior, dejando al descubierto sus partes íntimas. Se deshace, así mismo, de la parte de arriba. La imagen que llega a sus ojos dista mucho de parecerse a las de las modelos de los catálogos de ropa, ni tampoco a las de las chicas de las películas porno que alguna vez ha fisgoneado. “lo que más le pone, es que te pongas” se recuerda, para evadir el complejo de inferioridad que la aturde.
Da dos pasos hacia atrás y se sienta en el borde de la cama, con las piernas abiertas de cara al espejo. A sus ojos llega la forma completa de su vulva. Se lleva un dedo hasta la boca y juega con su lengua hasta dejarlo empapado.  Con ese mismo dedo, desciende por la barbilla y el cuello, hasta llegar a sus senos. Se detiene en uno de ellos y perfila el círculo perfecto de sus pezones, presionando con delicadeza la prominencia, dejándola bañada de saliva. Imagina tener delante de ella el cuerpo de su amante, el suave tacto de su piel, su tórrido aliento, su excitación al ver lo que ella está viendo.
Una llama ardiente se ha prendido en el interior de su vientre y ha derretido la escarcha en su flor, nota la humedad resbalarle por la entrepierna.  Imagina que su dedo, ahora, es una lengua, y que esa lengua recorre su cuerpo, precipitándose de lleno hasta las aguas mansas de su vagina. Allí, indaga cada milímetro, primero por fuera, el monte de venus, el clítoris, los labios…se introduce en el interior, agasaja la pared, percibiendo la textura y apreciando el estímulo que siente en cada roce. Siente placer, pero no es suficiente, por eso, acerca la otra mano y a la par que ausculta la cavidad, se acaricia el clítoris con la yema del dedo índice, en círculos. Conforme aumentan las punzadas de placer, también lo hace la velocidad de sus movimientos, hasta que, sin esperarlo, ese goce estalla en sus manos y un gemido nace en su garganta.
Sus dedos están llenos de un fluido viscoso en el que aprecia un pequeño hilillo de sangre. Lo examina atónita.
Ya es un poco menos niña, un poco menos insegura, un poco menos temerosa, pues ha descubierto la llave de entrada a los enigmas más secretos, así como los más fascinantes: no necesita un cuerpo diez para excitar, ya no se siente una mojigata, pero tampoco se considera una puta, y por encima de todo, ahora sabe que para gustar debe gustarse, y se gusta, mucho.

LO QUE MÁS LE PONE, ES QUE TE PONGAS En la soledad de su habitación, se pregunta, una noche más, cómo será eso del sexo. A punto de...