LO QUE MÁS LE PONE, ES QUE TE PONGAS
En la soledad de su
habitación, se pregunta, una noche más, cómo será eso del sexo. A punto de
cumplir sus 20 años, siente la presión social susurrarle al oído: "ya deberías
haber perdido la virginidad, mojigata". Sobre el otro hombro, el miedo por el
qué dirán clama a voces: "tú no quieres ser como esa chica del barrio a la que
llaman puta".
La curiosidad se aferra
a ella como una garrapata sedienta de sangre, minuciosa, ávida, insaciable. Con
el temor de quien cree estar cometiendo una infracción, teclea en Google: lo que más les pone a ellos.
Ante su mirada atenta,
se despliegan ante ella infinidad de enlaces que rezan: “sexualidad, lo que los
hombres quieren en el dormitorio”, “cosas que los hombres no se atreven a pedir
en la cama”, “fantasías sexuales para complacer a los hombres”. Ninguna de las
entradas parece aportar nada diferente a lo que ya había leído con
anterioridad, hasta que encuentra una que capta su atención: “lo que más le
pone, es que te pongas”. Con nuevas incógnitas en mente, hace click.
"Sea cual sea tu
orientación sexual, la responsabilidad de tu placer es algo que te pertenece,
no debes dejar que recaiga sobre otra persona. Por eso, antes de preguntarte
qué le gusta a él o a ella, debes preguntarte: ¿qué te gusta a ti? Conocer tu
cuerpo es esencial para alcanzar la plenitud. Tus genitales no son una parte
oscura de tu cuerpo, ni tampoco prohibida: explórate.
De esta forma, se
evitará caer en errores y falacias, como la importancia del tamaño en ellos y
de la dificultad par alcanzar el orgasmo en ellas. El sexo no comienza en el
cuerpo, el sexo comienza en la mente, de tal forma que, cualquier miedo,
inseguridad o prejuicio, interferirá de manera negativa en la relación. Puesto
que cada persona es un mundo, y que cada uno de nosotros tiene gustos
diferentes, tan solo uno mismo puede responder a las preguntas clave: dónde, cuándo,
cómo y con quién. Una vez obtengas esas respuestas, sabrás que, lo que más le
va a poner, es que te pongas. Déjate llevar…"
Decidida a seguir los
consejos aprendidos, deja a un lado el ordenador y se planta delante del espejo
del armario. “No hay nada malo en esto” se repite a sí misma, “solo voy a
conocerme”, calma el nerviosismo inconsciente.
Se baja el pantalón
del pijama a la par de la ropa interior, dejando al descubierto sus partes
íntimas. Se deshace, así mismo, de la parte de arriba. La imagen que llega a
sus ojos dista mucho de parecerse a las de las modelos de los catálogos de
ropa, ni tampoco a las de las chicas de las películas porno que alguna vez ha
fisgoneado. “lo que más le pone, es que te pongas” se recuerda, para evadir el
complejo de inferioridad que la aturde.
Da dos pasos hacia
atrás y se sienta en el borde de la cama, con las piernas abiertas de cara al
espejo. A sus ojos llega la forma completa de su vulva. Se lleva un dedo hasta
la boca y juega con su lengua hasta dejarlo empapado. Con ese mismo dedo, desciende por la barbilla
y el cuello, hasta llegar a sus senos. Se detiene en uno de ellos y perfila el
círculo perfecto de sus pezones, presionando con delicadeza la prominencia,
dejándola bañada de saliva. Imagina tener delante de ella el cuerpo de su
amante, el suave tacto de su piel, su tórrido aliento, su excitación al ver lo
que ella está viendo.
Una llama ardiente se
ha prendido en el interior de su vientre y ha derretido la escarcha en su flor,
nota la humedad resbalarle por la entrepierna. Imagina que su dedo, ahora, es una lengua, y
que esa lengua recorre su cuerpo, precipitándose de lleno hasta las aguas
mansas de su vagina. Allí, indaga cada milímetro, primero por fuera, el monte
de venus, el clítoris, los labios…se introduce en el interior, agasaja la
pared, percibiendo la textura y apreciando el estímulo que siente en cada roce.
Siente placer, pero no es suficiente, por eso, acerca la otra mano y a la par
que ausculta la cavidad, se acaricia el clítoris con la yema del dedo índice,
en círculos. Conforme aumentan las punzadas de placer, también lo hace la
velocidad de sus movimientos, hasta que, sin esperarlo, ese goce estalla en sus
manos y un gemido nace en su garganta.
Sus dedos están llenos
de un fluido viscoso en el que aprecia un pequeño hilillo de sangre. Lo examina
atónita.
Ya es un poco menos
niña, un poco menos insegura, un poco menos temerosa, pues ha descubierto la
llave de entrada a los enigmas más secretos, así como los más fascinantes: no
necesita un cuerpo diez para excitar, ya no se siente una mojigata, pero
tampoco se considera una puta, y por encima de todo, ahora sabe que para gustar
debe gustarse, y se gusta, mucho.